Nos han dicho que los secuestraron
y asesinaron unos narcoterroristas formados en el semillero de la narcoguerrilla.
Si es cierto, los
asesinaron porque fueron a la selva ‘armados’ con los cinco elementos básicos de
un equipo de reporteros: un cuaderno, una grabadora, una cámara, un carro. Y su
mente; esa mente que incomoda a los políticos corruptos y a las mafias, incluso
a esas encubiertas como salvadores de los pobres. Ellos quieren controlar o
silenciar con sus armas a los periodistas. Lo vemos en Colombia, México. Empezaron
a hacerlo en Ecuador.
Javier Ortega pensaba contar
otra historia como varias relatadas por él en su corta vida de reportero. Paúl Rivas
pensaba trasladar esas imágenes a su cámara. Efraín Segarra cumplía su misión
de conducirles y, como un acto de solidaridad
frecuente en el gremio, acompañarles hasta el final.
En sus primeros relatos Javier
reveló que el Estado ecuatoriano había abandonado la franja limítrofe con
Colombia, provincia de Esmeraldas, tomada por narcotraficantes de poderosos carteles
de Colombia y México.
El 26 de marzo 2018, a
los tres les tocaba turno y resolvieron ir de San Lorenzo a Mataje, un pueblito
nuestro perdido en la línea fronteriza con Colombia. Allí comenzaron a vivir
situaciones extrañas.
En el control militar
ubicado a 1,5 kilómetros de Mataje, a dos equipos de reporteros de otros medios
no les permitieron el paso, sí al de El Comercio.
Hacia adentro ya no había
ningún control militar ni policial. Se deduce de la lectura de la nota de El
Comercio, 21 de abril 2018 que dice que recién “el gobierno planificó nuevas
estrategias para vigilar Mataje”. El ECU911 instalará cámaras, una será “punto
de comunicación con el destacamento militar ubicado a 1,5 kilómetros de Mataje”.
Y, es obvio suponer, al otro lado, en Tumaco, tampoco había militares y policías
colombianos.
Cuando se va a realizar
un reportaje en la frontera, la presencia de policías y militares en el camino da
un margen de seguridad, nos sentimos protegidos. Varios reporteros hemos
llegado hasta los hitos fronterizos del Carchi o al río San Miguel, en
Sucumbíos, donde se bebe un refresco sin problemas, escuchando los
narcocorridos. Si, presionados por la adrenalina que exige más y mejores
historias, decidíamos cruzar a Colombia, debíamos ‘pedir permiso’ a los ‘diplomáticos’
de la guerrilla que caminaban o bebían como cualquier campesino en la orilla
ecuatoriana del río. Además de la ‘autorización’ ofrecían el servicio de botes.
Pasar al otro lado era un riesgo que asumía el reportero.
A Javier, Paúl y Efraín seguramente
les sucedió eso. Vieron a los militares ecuatorianos y se sintieron protegidos por
el Estado, con libertad para movilizarse hasta Mataje, el último pueblo de la patria.
No imaginaron que ese trecho ya no era ecuatoriano, estaba bajo posesión de capos,
exguerrilleros de las FARC y guerrilleros activos del ELN que nada hizo para
liberar a nuestros reporteros.
A un colombiano no identificado
le escuché el mejor análisis sobre Colombia y su acuerdo de paz con las FARC. Decía
que se acogieron los longevos que querían una vida urbana pacífica para hacer
política con la riqueza que obtuvieron con la narcoguerrilla. En el monte dejaron
a la nueva generación de guerrilleros burlándose de la paz tan pregonada por el
presidente colombiano Juan Manuel Santos que recibió como premio, el nobel de
la paz.
En esa trampa de paz cayeron
nuestros compañeros reporteros. Queremos que los mafiosos y los gobiernos ineficientes
de Ecuador y Colombia nos los devuelvan. Mientras tanto, seguiremos esperando a los reporteros.