Por MJ. Dreamms
A los tiempos me
encuentro con Graciela. Tiene un hijo único que, como hacen muchos jóvenes
ahora, se casó a escondidas con la noviecita que desde el momento que le
conoció, resolvió no despegarse de él. Le acompañaba a todo trámite desde las 8
de la mañana hasta altas horas de la noche. Es amor, supuse, porque así de
amelcochados nos ponemos cuando estamos enamorados.
Volví a hablar
con Graciela y me dijo:
-¿Sabes por qué ha sido el apuro del
casamiento de mi hijo?
-La chica está embarazada –le dije.
-Sí.
Hábil como es
para los trabajos manuales, Graciela se dedicó a tejer escarpines, baberitos. A
los tres meses, más o menos, me reencontré con mi amiga.
-¿Sigues tejiendo escarpines?
-¿Sabes que la chica no estuvo embarazada?
-¡No me digas! O sea que le metió cuento a
tu hijo para ‘cazarle’. ¡Qué astuta!
En ese momento
recordé a una profesora que tenía siete hijos y decía habría preferido niñas “porque
ahora a los varones hay que cuidarles más que a las hembritas para que no
caigan en las redes de mujeres oportunistas”. Escuchando la historia de
Graciela, pienso que mi profesora tuvo razón.
-Algo intuí al principio de la relación
porque la chica se pegó a mi hijo como pulga. Era exagerada. Pasaba el día con
él, pero en la noche ya le llamaba. Me aguanté y no le dije nada a mi hijo
porque no quería meterme en sus relaciones amorosas.
Chica interesada,
con visión futurista, pensé. El hijo de mi amiga es abogado, cuando se casó
daba ‘pininos’ en su profesión, luchaba para conseguir un cliente, ahora tiene un
puestazo y un sueldazo.
A los tiempos
volví a encontrarle a mi amiga y pese al engaño del embarazo de su nuera, la vi
contenta.
-¿Cómo está tu hijo?
-Bien.
-¿Y la nuera?
-No sé qué pasó con lo del embarazo, ni
quiero que me cuenten, pero la chica parece buena. Ahora que mi hijo está
ganando bien, le voy a convencer para que compre un departamento y no ande
arrendando.
Graciela ya
tenía un plan de financiamiento. Ella pagaría ‘la entrada’ vendiendo unas
colecciones valiosas que posee y su hijo pagaría el crédito.
-Deja que tu hijo pague todo, vos cómete tu
plata, pasea –le dije.
-No, es mi hijo único y voy a ayudarle.
Ayer tuve un
encuentro con Graciela. Estaba triste. Le pregunté si ya había comprado el
departamento para su hijo. Casi se le van las lágrimas. Hace una semana, su
hijo –karateca, por cierto- apareció con el rostro golpeado. Al siguiente día,
durante el desayuno, no explicó la causa de los golpes, pero le dijo a su madre
que se iba a divorciar. Graciela casi se cae de espaldas como Condorito. Días
después la nuera se presenta ante mi amiga para decirle:
Que había
descubierto a su hijo caminando abrazado con una pasante. “Mi hijo dijo que la
abrazó porque así son los jóvenes, la estaba consolando por un problema que
tenía”.
Que quiere que
su hijo la siga manteniendo. Ese mismo rato le sacó a Graciela 2.000 dólares
para un tratamiento médico.
En otra visita
su nuera –aún- le dijo que ella tenía derecho sobre la mitad de los bienes de
Graciela.
Que como parte
de esos derechos, quería que Graciela le diera 50 mil dólares.
-Y acabo de enterarme –dice Graciela- que su
familia ha sido de mecánicos y andan buscándole a mi hijo, seguramente con la
intención de golpearle.
Graciela tuvo
que buscar abogado para defenderse de esta chica “cara de mosquimuerta, que
parecía que no quebraba un plato”, que sacó las uñas y puso a reflexionar sobre
el ‘negocio del matrimonio’.