sábado, 3 de mayo de 2014

JUSTICIERO DE LA SANTA REVOLUCIÓN RACISTA


Me encontré con la Rosita. Por 2008 era la única indígena que salía en pantalla de televisión reporteando las reuniones de la asamblea nacional. Fue de impacto, llamativo. Qué democrático este gobierno, pensamos muchos. Hay que apoyar la idea. La televisión al servicio de la comunidad. Y fuimos, pues, a ver de cerca lo que hacía la Rosita. De jefe tenía al Justiciero de la Santa Revolución. Reía mucho. Cuídate de esa gente que ríe mucho, generalmente son hipócritas, de doble personalidad, decían los antiguos. En la realidad, el Justiciero de la Santa Revolución era un tirano. Cuando algún trabajo salía mal, gritaba como loco. Por la tensión del quehacer periodístico, todos lanzamos gritos, pero en ninguna redacción escuché gritar tanto como al Justiciero de la Santa Revolución. Si la falta era grave, en la pequeña oficina donde funcionaba el noticiero armaba un círculo con todo el personal. Imaginábamos era para una llamada de atención o despido. Había por lo menos un despido por mes. El Justiciero de la Santa Revolución se colocaba en la mitad. Caminando de un lado a otro, a voz en cuello insultaba, ridiculizaba, humillaba al compañero que había cometido el error. Lo hacía frente a sus colegas porque el propósito de tan magna reunión era afirmar su inseguridad, demostrar que él era la autoridad, quien mandaba allí. Era un ritual de prepotencia. Terminaba con un ultimátum o la despedida. El amonestado o despedido solo bajaba la cabeza ante el Justiciero de la Santa Revolución. Los demás quedaban advertidos. Ese era el mensaje de tanta ceremonia.
En las reuniones de trabajo la Rosita defendía la cosmovisión indígena, su raza. El Justiciero de la Revolución, hoy reclamando por la discriminación racial en los medios, se le burlaba. Ella, valientemente, le enfrentaba. Eso recordábamos ahora que nos encontramos. Y fue suficiente para que cayera en desgracia. Todo lo que ella hacía como reportera le parecía mal. Y ella terminó por ponerse nerviosa. Dicen que el miedo expulsa mucha aderenalina del cuerpo, los perros la huelen y muerden. Eso le sucedió a la Rosita. Un día el Justiciero de la Revolución la despidió aduciendo como ‘falta’ su mala dicción. Obvio, ella es indígena y tiene la dicción quichua. Su despedida no fue con el ritual brutal porque con una colega creamos una balsa para que no dejara la empresa. Fue ubicada en otro departamento. Así salvamos a la Rosita de irse a la desocupación por india con mala dicción. Pero ‘ya me cansé y renuncié’, me contó la Rosita.
Desde la era de la Rosita no he vuelto a ver una reportera indígena en la pantalla de la democrática televisión estatal. Siendo el 6% de la población, los indígenas deberían reclamar ese porcentaje de cargos en los medios estatales de este gobierno que se dice defensor de las minorías raciales y tiene alergia a las imágenes sexuales pero pasa por alto los acosos.
3 de mayo 2014

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