Amigos lectores:
Esta semana verán dos 'ayudamemorias' algo extrañas: la vida de José Mujica y una de las 'orgipiñatas' en nuestra Asamblea. Son ejemplos de Perfil y Crónica para los talleristas con quienes estaré conversando y para todos quienes gusten de la buena lectura.
PERFIL
PEPE MUJICA CANDIDATO A PRESIDENTE DE
URUGUAY
A Pepe no hay cosa que le guste más
que reflexionar sobre la naturaleza. Pero no tiene todo el tiempo que quisiera
para dedicarle a la floricultura y las cuestiones agrarias. A la fuerza, dice,
lo obligaron a “agarrar una changa” y como se comprometió, se va hacer cargo.
La “changa”, como se llama a los trabajos de ocasión en el Cono Sur, es ser el
candidato de la izquierda a presidente de Uruguay. José Pepe Mujica está en
camino de hacerle ese favor al oficialismo: triunfó ampliamente en las
elecciones internas partidarias del Frente Amplio, una coalición de partidos de
izquierda, el 28 de junio pasado.
Es un hombre de 74 años, feliz cuando trabaja en su chacra, llamada Puebla:
plantando forraje o alfalfa, cosechando habas o arvejas en invierno o esperando
tomates, zapallos y maíz en verano.
Con los pantalones arremangados que dejan ver las pantorrillas del ciclista que
alguna vez fue, las medias rotas, un buzo raído y una boina de otra época,
vuelve a confesar que no tiene muchas ganas de ser presidente de un país que
alguna vez definió como “un país gil (pendejo)”, porque más de 90% de las semillas
que produce, las exporta sin procesar. En otra oportunidad ha dicho que
“Uruguay es viable y tiene porvenir, lástima que esté lleno de uruguayos”.
No tiene más remedio que “agarrar la changa”: es el único que puede asegurarle
la permanencia en el gobierno al Frente Amplio, que llegó al poder por primera
vez en 2004 con el presidente Tabaré Vázquez, el político más popular del país
pero fuera de concurso, porque en Uruguay no existe la reelección.
Mujica mismo se definió una vez como “un terrón con patas”. Con 54% de las
preferencias le ganó cómodamente en las internas a Danilo Astori (38%), un
atildado ex ministro de Economía que fue rector de la Universidad de la República a los 32 años.
Astori —delfín del actual presidente Vázquez— es un amante del jazz, un
intelectual que en su juventud siguió la corriente estructuralista de la Cepal. En la interna
Mujica también venció a Marcos Carámbula, uno de los gobernadores municipales
más exitosos del primer gobierno de izquierda, pero que apenas obtuvo ocho por
ciento.
“Sigo teniendo más ganas de estar en la chacra, claro. Presidente voy a ser…
pero el que tenemos es médico y a él le gusta mucho más ser médico que
presidente”, me dijo en su casa, al lado de la estufa, en una entrevista que
concedió a desgano, y antes de triunfar en las internas. Estaba malhumorado
porque se le había roto el tractor y debió interrumpir sus tareas para ir a la
ferretería del barrio a comprar filtros nuevos.
Lucía Topolansky, su compañera, se fue hasta la huerta a persuadirlo para que
hablara con la visita. Este hombre tiene mucho de espontáneo pero es un
brillante estratega de la comunicación. Con un lenguaje didáctico, pero poco
ortodoxo para un político, matizado con malas palabras y metáforas campesinas,
logró seducir al “pueblo” hace un lustro, cuando fue el legislador más elegido
con 330 mil votos y él solo superó al histórico Partido Colorado.
El Colorado es el partido acostumbrado a gobernar Uruguay desde 1830, cuando el
país logró su independencia. En 1836, los que apoyaban al primer presidente,
Fructuoso Rivera (1830-1834), y los que adherían al entonces mandatario Manuel
Oribe, se enfrentaron en la
Batalla de Carpintería: allí surgieron las divisas colorada y
blanca. Los blancos (Partido Nacional) cortaron la hegemonía en 1958 y el
Frente Amplio —primera manifestación de izquierda en el poder— recién quebró el
bipartidismo en el siglo xxi, hace cinco años.
Pepe Mujica y Lucía Topolansky son, por ahora, senadores del Movimiento de
Participación Popular (mpp) y tienen una modesta casita junto a su chacra en
Rincón del Cerro, un barrio rural en la periferia de Montevideo, la capital del
país. Viven como anacoretas, entre proyectos de ley y las legumbres de su
quinta. Desde Puebla piensa gobernar si accede a la Presidencia de la República. El
chacarero que prefiere su huerta a la banda presidencial, dice que tiene un
puñado de ideas para aplicar “de entrada nomás”. Algunas de éstas le pusieron
los pelos de punta a Astori, el ex ministro de Economía, hoy compañero de Pepe en
la fórmula como candidato a vicepresidente. Mucho más horrorizaron a blancos y
colorados.
Mujica ha propuesto discutir la propiedad privada, terminar con el secreto
bancario, “importar” peruanos y bolivianos para que trabajen la tierra en el
Uruguay rural “porque acá nadie quiere hacerlo”. Propuso que médicos y docentes
recién recibidos se radiquen en el interior para ejercer y afirmó que a los
adictos a las drogas duras “habría que agarrarlos del forro del culo y meterlos
p’adentro de una chacra”, sin consultarlos. Otras ideas fueron más
consensuadas: multiplicar las escuelas de tiempo completo, llevar la
universidad pública fuera de la capital.
Pepe, que cuando jovencito tuvo una formación ecléctica —fue un anarquista
precoz, comunista fugaz, joven allegado a los blancos hasta que fue
guerrillero— hoy se dice más cerca de Marx que de Lenin, pero ya no reniega del
capitalismo. “En ninguna parte el tipo [Marx] dijo que se iba a construir una
sociedad mejor a partir de una sociedad pobre. Eso fue un invento que vino
después. Él lo veía como la maduración de una sociedad capitalista recontra
abundante y rica. A Lenin lo pongo en la picota”.
Analiza el politólogo Adolfo Garcé: “De despreciar la democracia burguesa a
valorarla, de subestimar el camino electoral a convertirse en maestro en la
competencia política, de sostener un antiimperialismo radical a admitir que
puede ser positiva para el desarrollo nacional la inversión extranjera directa
y la instalación de grandes empresas multinacionales”. Tales son las piruetas
de un transformista al que “la calle” viene empujando para avanzar con más
determinación hacia el socialismo.
Mujica mira fijo y levanta el tono de voz para decir que él no es un
revolucionario domesticado que se pasó al capitalismo, como otros que creen que
es el reino de la libertad. “¡Qué va a ser! Si tiene cada injusticia brutal.
Hay que luchar por recrear otros caminos. Pero tampoco estoy pa’ cometer los
mismos errores que cometimos, porque si no, no aprendimos nada”.
Se acomoda la boina, muestra sus uñas sucias de tierra. Dice que quiere que
todos los pobres sean cultos y por eso quiere masificar la enseñanza terciaria,
que se ve como un sembrador de dudas, que conforme ha envejecido se ha vuelto
escéptico y que como no está “gagá”, puede ver “más lejos”.
“Una de las ventajas que tiene ser viejo es decir lo que uno piensa. Y eso
parece armar un revuelo de la puta madre que lo parió, porque este mundo es
puro maquillaje: ‘que esto no se puede decir’, ‘aquello tampoco’. ¡La libertad
está hipotecada!”.
Se ríe cuando se le pregunta si se siente preparado para el cargo. “Sí… de eso
hacen un misterio. Ser buen presidente es saber elegir un grupo de ministros.
Los que laburan, los que andan con un plumero en el culo son los ministros. Y
no me vengan a encajar pacos [mentiras], porque voy a empezar a deschavar ex
presidentes”.
***
Mujica encarna una de las reconversiones políticas más asombrosas de América
Latina. Fue secretario de un ministro del derechista Partido Nacional cuando
tenía 24 años y fue uno de los principales guerrilleros del Movimiento de
Liberación Nacional-Tupamaros (mln-t) en la década de 1960, cuando abrazó la
lucha armada como forma de hacer la revolución. En 1962 armaron una
infraestructura para defenderse ante un golpe de Estado que se les antojaba
inminente. Las crisis financiera y bancaria del país de aquel momento, sumadas
a la escasa credibilidad en el sistema político, fueron el caldo de cultivo
para el accionar revolucionario de los tupamaros.
“El golpe se veía venir, estaba en el aire”, dice Mujica en su casa, entre
pausas que hablan y a las que apela con frecuencia para darle más énfasis a lo
dicho.
Pero el golpe de Estado del colorado Juan María Bordaberry se dio 11 años
después del nacimiento del mln, y cuando la organización ya estaba
desarticulada por los militares.
En 1964, Mujica fue detenido en un atraco frustrado a una fábrica textil. Se
hizo pasar por un delincuente común para proteger a la organización y estuvo un
año preso por tentativa de rapiña. “Ahí ya palpé las delicias de la represión.
Anduve tres meses durmiendo boca arriba porque me dieron una biaba [golpiza],
que casi me matan”.
Cuando salió, volvió a dedicarse a los bulbos de sus flores y a su chacra,
comenzó a leer sobre biología y bioquímica, y a manipular revólveres mientras
militaba en el legal Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir) de día y en
el mln, ilegal, de noche.
Los “políticos con armas”, según los definió Mujica, ya operaban con fuerza:
construían “cárceles del pueblo” donde alojaban a los secuestrados y
“tatuceras” donde refugiarse y guardar pistolas y escopetas.
Los tupamaros robaron, secuestraron, organizaron atentados con bombas contra
instituciones de la “oligarquía” y también mataron. El tupamaro Pepe ha
reconocido que quizás-haya-tomado-decisiones-que-desembocaron-en-ejecuciones.
No tiene muy claro si él mató o no.
Vistos en un principio como los Robin Hood criollos, los tupamaros empezaron
siendo un puñado, a fines de 1969 ya eran dos mil y dos años después, cinco mil.
“Nosotros fuimos creciendo hasta que quedamos desbordados. Fuimos prisioneros
del éxito, lo que en la guerra se llama saturación”.
Ya clandestino, José Mujica se llamó Facundo y Ulpiano. En 1970, después de un
intenso tiroteo, fue a tomar unas copas con dos “tupas” a un bar de Montevideo.
Lo vieron acodado al mostrador y llamaron a la policía. Cuenta el ex tupamaro
Mauricio Rosencof: “Pepe se aseguró el raje de los otros cuando cayó la cana,
pero él no se pudo zafar. El policía que lo encañonaba estaba nervioso y Pepe
se puso a tranquilizarlo. ‘Ojo, que se te puede escapar un tiro’, le decía. Y
se le escapó un tiro. Pepe fue a parar al Hospital Militar”.
Había tantos tupamaros y allegados camuflados en la sociedad que a Mujica lo
salvó un “compañero” cirujano. “Me sacó del cajón”.
Como guerrillero, Mujica era ejecutivo y pragmático, según la evocación de
Eleuterio Fernández Huidobro, uno de los cabecillas. “Estaban los teóricos, que
para hacer una cosa la complican, y estaba Pepe, que venía de trabajar la
tierra. Era del tipo ‘al pan, pan, y al vino, vino’ y no le daba muchas
vueltas”.
El 6 de septiembre de 1971 protagonizó una de las fugas carcelarias más
espectaculares del siglo xx. Junto a 105 tupamaros y cinco presos comunes se
escapó del Penal de Punta Carretas —devenido hoy curiosamente en shopping
center— por un túnel de 40
metros. Fue una proeza de proporciones épicas
inmortalizada en el libro Guinness con el sugestivo nombre de “El Abuso”. Dos
meses antes, su joven compañera Lucía se había fugado junto a 37 tupamaras de
la cárcel de mujeres. La libertad le duró poco a José Mujica; días después fue
detenido de nuevo.
Estuvo, en total, 14 años preso en cárceles y cuarteles donde fue torturado
sistemáticamente por ser considerado uno de los líderes de la inédita guerrilla
urbana, desaconsejada por el propio Che Guevara en visita diplomática del
gobierno cubano a Punta del Este. Pepe fue uno de los “nueve rehenes” del
gobierno militar. Tres de esos años de reclusión los pasó en un calabozo, donde
para no enloquecer se hizo amigo de nueve ranitas y comprobó que las hormigas
gritan al acercar su oído a ellas.
Sufrió torturas físicas, pero siempre contó las psicológicas. Se debió
conformar con ir una sola vez al baño encapuchado y esposado en los mejores
días de arresto. En los peores, se orinó y defecó encima.
“Podría relatar las historias de Santa Clara, del cuartel donde estuve siete
meses bañándome con una tacita, pasándome un pañito. O podría hablar de que me
daban un paquete de tabaco cortado a la mitad y no me daban más durante un mes,
aunque me decían que sí me daban, simplemente para generar la desesperación por
la necesidad, al punto que para no dar el brazo a torcer un día les dije que no
fumaba más —narró para la biografía que escribió Miguel Ángel Campodónico—. O
podría recordar a un alférez que se levantaba a las cuatro de la mañana y nos
ponía de plantón hasta que comenzaba la vida de cuartel. Podría hablar del
acoso, de no dejarnos dormir y buscar todas las formas de “mortificarnos” inútilmente
cuando no se precisaba nada”.
Cuando estuvo “sucuchado”, como él dice, en un sitio similar a un aljibe en
Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, las condiciones de su
encarcelamiento eran tan deplorables que llegó a enfermarse gravemente de los
riñones y la vejiga. Debía tomar dos litros de agua por día, pero los militares
apenas si le daban una taza diaria. Llegaron a darle de comer en cucharita
cuando advirtieron que se les había ido la mano en el escarmiento.
Según Fernández Huidobro, en algún momento extremo no tuvo otra alternativa que
beber su propio pis. “Pis”, dijo Huidobro hace un mes en un acto del Frente
Amplio. “Tal vez tengamos un presidente que se tomó su propio pis”, le advirtió
a los votantes intentando conquistarlos.
Vale el flashback: la madre de Pepe, Lucy Cordano, le había llevado una pelela
[bacinica] rosada pero los soldados no se la querían dar. Como sufría de
incontinencia la reclamó, pero le dijeron que no estaban autorizados por el
Comando General de las Fuerzas Armadas. Y porque una de las torturas era no
permitirle ir al baño. Recién cuando llegó la autorización, con la
intermediación del presidente estadou-nidense Jimmy Carter, se apiadaron y le
entregaron la pelela.
Lo pasearon por cuatro cuarteles del interior uruguayo como uno de los
guerrilleros más temidos por el Ejército, y él siempre cargó con su pelela
entre el precario equipaje. “La llevaba de un lado pa’l otro, la blandía como
un trofeo. Fue una lucha gremial que gané. Era una lucha por el derecho a
mear”, recuerda 26 años después.
En 1983, en el Penal de Libertad, por fin lo vio un médico. Entre la Cruz Roja y las
autoridades de la cárcel le encomendaron la tarea de trabajar el cantero floral
del penal, para que rumiara sus cavilaciones. Cuando en marzo de 1985, después
de 13 años, obtuvo la libertad definitiva salió de la prisión con la pelela
rosada florecida de caléndulas.
He ahí el segundo momento de su vida en que Pepe se sintió plenamente
consciente de qué significa la libertad, según confesó en el viejo sillón rojo,
en el living donde recibió a Gatopardo. “Fue cuando llegué al barrio y el
frente de mi casa estaba lleno de amigos esperándome”.
El primero, paradójicamente, fue cuando todavía estaba preso: “Veníamos de los
cuarteles y me llevaron al Penal de Libertad”. En Uruguay la cárcel más grande
se conoce con ese nombre, porque está situada en la localidad Libertad del
departamento de San José. “Me tiraron de un helicóptero tres o cuatro metros
pa’ abajo, junto a otros. Sentí alegría porque iba a ver a los compañeros que
hacía tiempazo que no sabía nada de ellos. Me llevaron a Libertad. Fue antes
que arrancara la dictadura, cuando estábamos en los prolegómenos. Estábamos…
como te digo una cosa, te digo la otra: una democracia atadita con alambre”.
Se fue de la “cana” sabiendo dos cosas: que volvería a militar y que algún día
se dedicaría a su propia huerta por tiempo completo. Había anotado en un
cuaderno sus ideas para formar una cooperativa de vecinos que trabajen la
tierra y que puedan autoabastecerse con lo que produzcan.
La militancia política comenzó al día siguiente de estar en la calle. Dio su
primer discurso en el Club Atlético Platense y para empezar a financiar el
movimiento organizó una colecta entre los asistentes. Decidió meterse en el
sistema político para cambiarlo desde adentro.
Así, a instancias de Pepe, los tupamaros instrumentaron las “mateadas”:
salieron a recorrer los barrios de la capital y el interior para reunirse con
los vecinos y conocer sus preocupaciones mientras compartían el mate, una
infusión caliente, amarga y bien uruguaya, a base de yerba.
“En asambleas con compañeros que recién salían de la cárcel y otros que
sobrevivieron calladamente la dictadura decidimos darnos un baño de pueblo.
Había pasado el tiempo y el Uruguay era otro, teníamos que reconocer al país y
el país nos tenía que reconocer a nosotros”, cuenta Lucía Topolansky.
Pepe estaba delgado, rapado y con la barba crecida. Todavía tenía aspecto de
preso. Empezó a estrechar un contacto directo con la gente y a mostrarse como
un orador con un discurso rústico pero entendible para el uruguayo común. El
Mujica de hoy, con posibilidades ciertas de ser primer mandatario, hizo de su
forma de comunicarse un arte.
El Movimiento de Participación Popular (mpp), la organización política que
parieron los tupamaros, se integró al Frente Amplio en 1989, luego de un
virulento debate intestino.
En 1995, el veterano ex guerrillero ingresó al Parlamento como diputado de la República. Cuenta
la leyenda que el primer día de trabajo como legislador, Pepe —sin traje, con
una campera usada y palillos de la ropa en el ruedo de sus pantalones—
estacionó su moto Vespa frente al Palacio Legislativo. Cuando estaba entrando,
un guardia se le acercó y le preguntó si pensaba estar mucho tiempo adentro.
Mujica le contestó: “Si me dejan, cinco años”.
El destino todavía le tenía reservado un par de sorpresas. Con el gobierno del
Frente Amplio, en 2004, fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y
Pesca.
Fernández Huidobro y Rosencof, hoy reconocidos escritores, también se adaptaron
al statu quo. El primero es senador por el mpp desde 1999. Rosencof es el
director de la división de cultura de la Intendencia Municipal
de Montevideo desde 2005. Ambos, en cada una de sus oficinas, tienen el busto
de Raúl Sendic, el líder de aquel mln revolucionario.
El columnista político Tomás Linn no tiene claro cuánto hay de genuino y cuánto
de simulado en el discurso de Mujica, eso de comerse las eses, decir
“espetativa” en vez de “expectativa”, “pa” en lugar de “para” y hasta conjugar
mal los verbos, una forma de hablar que le redituó en empatía con el uruguayo
de a pie, y el pobre en particular. “Tampoco importa”, opina Linn.
“Cuando los políticos descubren que tienen posturas auténticas que seducen a la
gente, las transforman en pose porque deben mantenerlas siempre a la vista y
eso hace difícil determinar dónde está la frontera. El tema es que Mujica creó
una ‘ola’, un ‘fenómeno’, y ningún argumento racional o fundamentado que
pretenda cuestionarlo tendrá efecto”.
Hasta Fernández Huidobro —la gente le dice Ñato o lo llama por su segundo
apellido— lo reconoce: “Siempre fue así, pero al darse cuenta de que su
discurso caminaba, lo cultivó… ¡No lo iba a cambiar!”.
Y vaya si le dio resultado. Mujica es un político rara avis, uno de los más
exóticos entre los de primera línea del Cono Sur. El 31 de octubre del año
pasado, cuando celebraba el cuarto aniversario de la histórica victoria de la
izquierda, cerró su oratoria en la localidad de Rosario, departamento de
Colonia, en un escenario donde antes había hablado Danilo Astori.
Esa noche, ante tres mil adherentes del Frente Amplio, Astori se bajó del
estrado y se fue hasta su auto acompañado por un hombre de su agrupación; en el
coche, lo esperaba su mujer, que es también su secretaria. En dos minutos llegó
al auto y se volvió a Montevideo. A Mujica le llevó 15 minutos llegar hasta su
coche: fue acosado por decenas de militantes de todas las edades que se le
tiraban encima, lo alentaban, le refregaban banderas tricolores por la cabeza,
le ponían micrófonos sobre el bigote y no paraban de sacarle fotos con
teléfonos celulares y cámaras digitales. Fue ovacionado por una multitud que le
gritaba: “¡Pepe presidente!”, a un año de las elecciones nacionales. Y se dio
el lujo de no hablar de política. En un discurso de Mujica, como el de aquella
noche, se pueden distinguir distintos Pepes. Está el viejo sabio que aconseja:
“¡Hay que decirle sí a la vida!”, “Las mujeres deben resucitar este país, nada
es más importante que las mujeres. ¡Porque este país necesita coraje!” o cuando
contó esta anécdota imperdible: “En un acto del Che me encontré con una
gurisita con un pedo como para cuatrocientos. Me la agarré con las amigas:
‘¿Qué mierda tienen en la cabeza? Cuando una mujer está en ese estado tienen
que darle una mano y llevarla a la casa a dormir. ¿A ustedes les parece que
esto es homenajear al Che? ¡Qué va a ser libertad que se estropeen la vida
así...!”. También se puede ver el poeta: “Cuando me toque mirarme en el espejo
de la muerte, quiero estar conforme y haber cumplido conmigo mismo”, el
antipoeta (“Este país no vive de poesía, vive de guiso de arroz o porotos”), el
filósofo de la vida, el hombre de la calle: “Los que somos de izquierda somos
filosóficamente distintos. El hombre es el problema, pero es también la
esperanza. No vinimos a la vida pa’ explotar a los demás, pa’ chuparle la
sangre a otros, ¡vinimos a convivir! […] No dejen que les afanen [roben] la
vida. No dejen que se cambien los sentires [sic]”.
Ese mismo día, pero antes, durante un almuerzo con productores queseros de
Colonia, me confesó —mientras se tomaba un whisky y se desabrochaba el cinto—
que no tenía “ni idea” de qué hablaría en la noche, pero no iría a resaltar los
logros del gobierno que él mismo había integrado como ministro. “Para eso está
Astori”, dijo.
Después de tomar distancia del perfil académico de su oponente interno, dijo un
par de cosas.
—¿Qué es lo que necesita el país, Pepe?
—Precisa todo. Precisa quien hable muy bien el inglés y tenga buena relación
con los organismos internacionales, y precisa tener buena relación con la barra
de “los astrosos” de América Latina. Ésa es mía: yo me llevo bien con Chávez,
Lula, con Evo, con Correa…
—Pero también hay que llevarse bien con Estados Unidos…
—¡Claro! Hay que hacer filo con los de arriba y llevarse bien con los que te
dije (y se estiró los ojos como achinados), que son los patrones de pasado
mañana.
Recién comenzaba la carrera. En cada acto a donde fue Pepe en los últimos 10
meses se repitieron el tumulto, las aglomeraciones que no lo dejaban caminar,
las fotitos desde los celulares, los autógrafos. Con la apariencia de un
campesino, tiene la popularidad de una estrella de rock o un héroe latino del reggaeton.
El pico de su popularidad llegó a fines de 2004. Para entonces, su pintoresca
figura había provocado un boom editorial con impronta revisionista. Entre 2002
y 2009 se editaron dos biografías sobre él, otro libro que es una larga
entrevista dividida en tópicos y dos recopilaciones de sus frases más
ocurrentes, ingeniosas, frívolas y serias. Muy oportunas, las editoriales
publicaron libros sobre la historia de los tupamaros, sus sueños frustrados y
documentos anquilosados en los sesenta.
En 2005, la moda (eme)pepista llegó al carnaval “más largo del mundo” (en
Uruguay dura todo febrero). La murga “joven” más exitosa del país, Agarrate
Catalina, le dedicó un cuplé el año que Vázquez asumió como presidente. Algunas
de sus estrofas decían: “El Pepe tiene una quinta/un perro y un buzo gris/una
moto calandraca/y el pelo de un puerco espín/un fusquita sin bocina/y el
orgullo de saber/‘¡que a los votos colorados, yo solo los dupliqué!’/Pepe
Mujica, qué jugador/desde el boliche a senador/sueño de muchos y de otros no/la
pesadilla que se cumplió”.
Lucía Topolansky dice que a Pepe le ha ido bien porque es llano cuando habla,
porque con un lenguaje sencillo dice cosas profundas. En buen romance: el
pueblo lo entiende porque él es uno de ellos. Es sincero, “agarra el toro por
los cuernos” y cuando de algún tema no sabe, lo admite. Por eso, cree
Topolansky, se ganó la confianza de esa entelequia llamada “la gente”.
Mujica dijo alguna vez que “la gente te perdona si te equivocaste de buena fe.
Lo que no te perdona es que la jodas y la cagues”.
“El discurso de Pepe tiene un componente filosófico”, afirma su esposa. Y eso
que no lee filosofía, poesía ni ficción, prefiere la antropología y la
agronomía.
A la izquierda universitaria, urbana y socialista Mujica le mostró que había un
interior rural que contenía el adn oriental: su matriz agroexportadora.
En el ministerio de Ganadería charló de tú a tú con un peón rural y con el más
encumbrado dirigente de la
Asociación Rural del Uruguay. Por eso, opina Topolansky,
puede ser un buen presidente.
Sus hinchas —Pepe no tiene simpatizantes, tiene hinchas— lo votarán porque
confían en que se encargará de repartir mejor la riqueza y la justicia. Cuando
fue Ministro de Ganadería forzó a los empresarios cárnicos para que pusieran en
el mercado un corte de asado más accesible para la población de menos recursos.
El corte se llamó “el asado del Pepe” y así fue vendido desde los pizarrones de
las carnicerías. Otros comerciantes siguieron su idea: rebajaron productos y
los bautizaron “del Pepe”.
Para muchos analistas, fue una táctica populista y la llamaron “pobrismo”. El
periodista Gustavo Escanlar escribió: “Incomible pero barato. Así es ‘el asado
del Pepe’, lo peor que le pasó a la cultura uruguaya en los últimos 20 años. Los
productos del Pepe promueven el infraconsumo. Establecen el engaño del
‘liberalismo de la pobreza’: nos hacen libres para consumir cosas de cuarta
categoría. El barrio, agradecido”.
Pobrismo o solidaridad con los más débiles, Mujica y su sector, el mpp, crearon
a principios de 2006 el Fondo Raúl Sendic, una iniciativa de préstamos a
proyectos, en su mayoría cooperativos. Son cesiones de dinero sin cobrar
intereses, sin pedir garantías ni preguntarle el partido político, a quienes lo
necesiten para salir adelante. El fondo se forma con los excedentes de los
salarios de los legisladores, ministros y el intendente capitalino, todos del
mpp, que topearon su sueldo en 29 mil pesos a la fecha (1 260 dólares), cuando
como senadores ganan 3 500 dólares.
Mujica y Topolansky quisieron predicar con el ejemplo al conformarse con 40% de
sus salarios. “Es probable que la enorme cantidad de años de cárcel en los que
uno tuvo que vivir con lo mínimo hace que no necesitemos mucho para ser
felices, en una sociedad muy consumista, con mucho de superfluo y
pseudonecesidades”, argumentó la senadora.
Con los préstamos del “Tupa Bank” pudieron hacer viables más de un centenar de
proyectos de albañilería, carpintería, agro, pesca, gastronomía, costurería y
servicios varios. El propio Mujica, apelando a la sensibilidad de la izquierda,
exhortó a otros sectores del Frente Amplio a que lo imitaran. No tuvo eco.
Tres semanas antes de ganar las internas del 28 de junio, Mujica hizo un alto
en su agenda repleta de visitas a pueblitos del interior y recorridas por la
capital para quedarse una mañana en su chacra. Mientras la senadora Topolansky
hablaba, el presidenciable lidiaba con el tractor.
La entrevista fue pactada con ella porque los encargados de la campaña del Pepe
no encontraban horas disponibles. Los tiempos en su chacra eran intocables,
dijeron. Por mail, Topolansky explicó qué debía hacer para llegar a la casa,
donde piensan seguir viviendo en caso de ser presidente y primera dama: “Tiene
que tomar la Ruta
1, pasar los accesos hasta Camino Tomkinson, seguir hasta Camino O’Higgins, que
es el único asfaltado a mano derecha. Por O’Higgins, después de que pase el
tercer repecho va a ver una carnicería, un almacén y una cooperativa de
viviendas; el primer camino a la derecha es Camino Colorado. En la esquina hay
una garita de ómnibus que dice Pepe Presidente”.
Un par de ironías deliciosas, pensé: el Camino “Colorado” queda a la derecha y
en la garita que dice “Pepe Presidente” había que doblar a la izquierda para
llegar a lo de Mujica. Ni que lo hubieran hecho a propósito.
La senadora del mpp contó que conoció a su compañero en la militancia. Ella
trabajaba en la agencia financiera Monty, estudiaba en la Facultad de Arquitectura
y hacía obras sociales. Así, recolectó fondos para enviar a los trabajadores de
caña de azúcar de Artigas, en el norte del país, y se solidarizó con la Revolución Cubana.
Cuando en 1969 descubrió que la financiera estafaba a sus clientes, optó por
quedarse sin empleo y se enroló, con su información privilegiada, al mln. La
operación de los tupamaros fue de un éxito rotundo: revelaron la corrupción
reinante, hicieron caer al Ministro de Hacienda y se congraciaron con el
pueblo. Ahí Lucía conoció a Pepe. Con el alias de Ana se puso a trabajar en la
interna de la organización. Luego fue detenida y enviada a la cárcel de
mujeres. Se reencontraron en democracia y decidieron continuar juntos. Ambos
organizaron las “mateadas”, llegaron al Parlamento, pensaron el proyecto de
escuela agraria en el fondo de la casa. Por las peripecias de la militancia no
hubo tiempo para hijos propios.
El año pasado un grupo de vazquistas comenzaron una recolección de firmas para
promover una reforma constitucional que habilitara la reelección del presidente
actual; Mujica dijo que iba a apoyar la iniciativa, porque le ahorraría dolores
de cabeza al partido. “Pero eso no fue posible y empezó a cobrar fuerza lo de
Pepe, aunque no estaba en los planes”, confesó Lucía.
“La gente empezó a presionar y se generó un compromiso. No podía fallarle a
esos militantes. Hubo una percepción de que si no aceptaba, podía dejar un
hueco y dejar tirado a un lote de gente. Después que se ha dicho que sí, hay
que jugar la partida hasta las últimas consecuencias”, afirmó la legisladora.
Mujica se levanta a las 6:30 para cebarle mate a su mujer, y en plena campaña
ha descuidado su despacho parlamentario para recorrer el país y los programas
periodísticos. Cuando viaja al interior a ofrecer discursos hasta la noche,
intenta dormir una hora de siesta. En tiempos de campaña, sólo sigue los
diarios para ver qué dicen de él. A medio leer en su mesa de luz tiene un libro
sobre antropología que se llama El mono que llevamos dentro, una investigación
del holandés Frans de Waal sobre las especies anteriores al homo sapiens. No
usa celular, no tiene tarjeta de crédito, no escribe él mismo en el blog que
ahora muestra su imagen retocada por el Photoshop. Garabatea las ideas de sus
columnas cibernéticas en un cuaderno y los encargados de la comunicación del
mpp lo suben editado a la página de internet www.pepetalcuales.com.uy
El hogar rural no tiene cuadros importantes, muebles Luis XV ni platería
importada; es una casita de clase media empobrecida. En un estante petiso tiene
unos 70 libros. El diario del Che en Bolivia, Historia de los orientales de
Carlos Machado, La rebelión de Tupac Amaru, de Boleslao Lewin, La economía
uruguaya de 1880 a
1965, de Carlos Quijano, El Uruguay del Siglo xx, La economía, Patria en el
exilio. Exilio en la patria, de Ernesto Kroch, Deuda externa del Tercer Mundo,
de Eric Toussaint y El arte ético de vender mejor, de Alberto Tortorella, son
algunos de ellos.
El que aparece por la puerta desvencijada de su propio hogar no es el Pepe
peinado con gel, un jopo estético y la cara lisita que se ve en los carteles
que promocionan su candidatura. “¡Al Pepe lo bañaron para esa foto!”, bromeó
Fernández Huidobro. “Está tan prolijo… Parece que se bañó”, comentó con más
sarcasmo que humor el opositor precandidato colorado Luis Hierro en un acto en
el interior.
Si Mario Benedetti fue el abuelito bueno, José Mujica es el abuelito gruñón y
cascarrabias, que a muchos les cae simpático y a otros tantos les genera
rechazo.
Después de tantos años de afirmar que su discurso y su vestimenta no eran
impostadas (“Ya conocéis mi torpe aliño indumentario’”, ha dicho, citando a
Antonio Machado), Mujica tuvo que reconocer que cedió ante las presiones de los
asesores de su campaña y hasta se probó un terno. La foto de Mujica poniéndose
el saco estuvo en la agenda informativa del país y hasta fue noticia en el El
Nuevo Herald. “Eso sí, no me pongo corbata ni que lo pida Mandrake”.
Este hombre que terminó la secundaria y apenas concurrió a algunas clases
universitarias de Letras en la
Facultad de Humanidades, cita La Ilíada para recordar que el
discurso más esperado no era el de Aquiles o el de Agamenón, sino el del
anciano Néstor, que por ser añoso era el más sabio. Sigue ejemplificando con el
respeto que se ganó Winston Churchill o el general ruso octogenario que planeó
la estrategia para derrotar a Napoleón. “¡Hay ejemplos a patadas de esos en la
historia! Ahora, si usted va a pensar que el presidente tiene que ser un
atleta… ahí estoy jodido”.
José Mujica puede llegar a ser Presidente de la República Oriental
del Uruguay con 74 años, un pasado como guerrillero, “la panza hecha un mapa”,
un lenguaje más propio de un campesino que de un mandatario. Es difícil
concebir un coctel más pintoresco y curioso en la dirigencia política de este
continente.
Hace rato que América del Sur viene evidenciando cambios profundos que
despavilaron a los politólogos. El desfile comenzó con un dirigente gremial
metalúrgico en Brasil, y siguió con mujeres, indios aymaras, curas y
simpatizantes de Montoneros. Por si faltaba algo más excéntrico, asumió un
negro en América del Norte. En este contexto, si Pepe Mujica se consagra
presidente de los uruguayos, podrá ser el capitán de la selección de “los
astrosos”.
Según los analistas políticos, si no logra ganar las elecciones nacionales del
31 de octubre con más de 50% de los votos, tendrá que competir contra el ex
presidente blanco Luis Alberto Lacalle —neoliberal, fan de las privatizaciones—
en la segunda vuelta de noviembre.
Fernández Huidobro reveló algo: “Antes de dar luz verde a su candidatura,
cuando el Pepe dudaba, me dijo: ‘Mirá Ñato, tengo un pasado a cuestas jodido y
un problema por mi edad. ¿No debimos haber colgado los botines cuando ganó el
Frente hace cinco años? Ahora nos dicen que tenemos que llegar a la Presidencia… ¿Y si perdemos?
Vamos a ser los padres de la derrota…”.
Si así fuera, dejará la actividad política para dedicarse a sus flores y
hortalizas, como ya anunció en conferencia de prensa. Si pierde, Pepe será
plenamente feliz. Podrá ser un chacarero full time.
***
CRÓNICA
Publicado en HOY el 22/Julio/2012 | 00:17
La Crónica de Roberto
Aguilar / Editor de contenidos
El viernes, el oficialismo fracasó por segunda
ocasión en su intento por aprobar el proyecto de Ley de Comunicación. La salida
de dos votos que consideraba seguros les amargó la fiesta un viernes.
¿Dónde está la Guillermina? La pregunta atravesó como una exhalación la bancada
oficialista de la Asamblea Nacional. La sesión del viernes estaba a punto de
comenzar y el bloque de Alianza País se disponía a jugar su última carta para
aprobar la ley de Comunicación. Estaban ahí los comodines independientes y
socialistas, Herny Cuji y Sheznarda Fernández, la alterna de Gerardo Morán y
Rodrigo Collahuazo, Holguer Chávez y Tomás Zevallos… Ahora sólo habría que
suspender el orden del día anunciado e instalar la votación que la víspera no
pudo ser. Pero… Un momento: ¿y la Guillermina?
Guillermina Cruz, independiente del Napo,
figura absolutamente marginal de la Asamblea en condiciones normales, se hacía
extrañar por primera vez. Este día le tocó ser el voto 63, el que confiere la
mayoría a uno u otro bando. Cuando se supo que se había quedado en su
provincia, Alianza País empezó una batalla contra el tiempo y la adversidad que
terminaría por perder al cabo de una sesión delirante como se recuerdan pocas.
La víspera ya se habían llevado el chasco de sus vidas cuando los 68 votos que
creyeron tener (y que Fernando Cordero anunció el miércoles con exceso de
triunfalismo) se les escaparon como arena entre los dedos. Según Lourdes Tibán
fue porque era muy temprano, y los bancos no abrían todavía. Hoy la apuesta era
mucho más apretada: lograr la mayoría con las justas. La estrategia era simple
en apariencia: mientras los negociadores del bloque se lanzaban a conseguir los
votos para la ley de Comunicación, cosa que hicieron a vista y paciencia de
quien estuviera ahì para entenderlo, el pleno debatiría la de Derechos
Laborales. En cuanto tuvieran los 63, Cordero suspendería el debate de la una e
instalaría la votación de la otra.
Así transcurrió la mañana sin que los de gobierno lograran su cometido. Sin
embargo, para el mediodía un rumor se había adueñado ya del hemiciclo: "la
Guillermina está en camino" y, con ella, la mayoría para Alianza País y la
consecuente aprobación, de una vez por todas, de la ley de Comunicación. El
presidente abrió un receso y convocó a todos para las 15:15. Que el pleno
sesione un viernes por la tarde es, de por sì, extraordinario…
Nadie supo a
ciencia cierta cómo pasó, el caso es que Guillermina Cruz hizo su entrada
triunfal en el recinto parlamentario a las tres y cuarenta de la tarde. Jorge
Escala aseguraba a quien quisiera creerle que le mandaron una avioneta. Otros
hablaban de un operativo más complejo que incluía un helicóptero y, por
supuesto, transporte exprés desde el aeropuerto. Lo cierto es que ahí estaba y
todas las miradas convergían en ella.
No estaba dispuesta a entregar tan fácilmente su voto. Como Pedro por su casa
se dirigió al estrado de autoridades, subió las tres gradas que conducen al
escritorio del Presidente y se sentó a su lado con naturalidad inaudita. En ese
momento Alfredo Ortiz exponía su criterio sobre la ley de Derechos Laborales.
¿Alguien en el hemiciclo sabría resumir lo que dijo? Posiblemente ni él mismo.
Ahí al frente se estaba decidiendo el futuro de la ley de Comunicación y Andrés
Roche hacía aspavientos pidiendo a los fotógrafos que registraran el histórico
momento. Fernando Cordero viró su asiento y ambos conversaron durante unos
minutos que parecieron eternos.
Ya estaba la oposición celebrando reuniones de último minuto. Betty Amores
pasaba de curul en curul susurrando alguna consigna al oído de todo el mundo.
Paco Moncayo y Fausto Cobo trabajaban a Vladimir Vargas, ex prianista de
corazón verdeagüita. Otros se dirigían a Sheznarda Fernández, voto móvil y
fluctuante donde los hay. "Acosada en el pleno, ¡quiero votar ya!",
tuiteó ella en cuanto se quedó sola. Mientras tanto, la asambleísta del Napo
terminaba su cita en la cumbre y volvía a su curul, el primero de la primera
fila.
16:45: habían transcurrido 45 minutos desde su llegada cuando Guillermina Cruz
se levantó, tomó su cartera y otros bártulos, se despidió amistosamente de un
grupo de oficialistas que formaban alegre corrillo junto a la puerta lateral
izquierda del hemiciclo y salió. Ni un solo periodista quedó en el recinto
parlamentario. Un tropel de cables, cámaras y trípodes la siguió hasta el
parqueadero. Marco Murillo hablaba en ese momento sobre la ley de derechos
laborales pero ¿a quién le importa?
Rodeada de micrófonos intentaba abrirse paso doña Guillermina entre los carros.
Sin tener claro a dónde ir en medio de la masa de periodistas, deambuló
confusamente formando sobre el terreno un dibujo parecido al de los movimientos
brownianos de las moscas.
Primera pregunta lanzada a quemarropa: "¿a dónde va?". "A ningún
lado, solo vine a conversar con mis compañeros". En efecto, Holguer Chávez
y Tomás Zevallos, el socialista que en la anterior votación sobre la ley de
Comunicación se viró a último momento a favor del oficialismo, la esperaban en
la sombra, sin poder acercársele entre los cables. Cayó la segunda pregunta:
"¿usted es el voto clave del gobierno?". "No es cierto, ellos ya
tienen 68", mintió. "Pero les tiene nerviosos a todos".
"¿Ah sí? Qué iras, ¿no?".
Chávez fue el
primero que consiguió agarrarla de los hombros y hablarle al oído, mientras los
micrófonos pugnaban sin éxito por grabar la conversación. Luego se le aproximó
Tomás Zevallos y repitió idéntica operación. Juntos la llevaron de vuelta al
interior del edificio, por la puerta que da al vestíbulo lateral, siempre
rodeados por la multitud de periodistas. Trabajosamente caminaron hacia los
ascensores. Zevallos llamó, entraron, alguien presionó el botón del piso sexto,
las puertas se cerraron dejando afuera cámaras y micrófonos y Guillermina Cruz
desapareció para siempre de esta historia. "Nos olvidamos de preguntarle
para qué vino", lamentaría más tarde Jean Paul Bardellini, periodista de
RTS. Y sí, era la única pregunta con sentido.
Del grupo que subió al sexto piso y que incluía un par asesores sólo regresó,
al cabo de quince minutos, Holguer Chávez. Con cara de acontecido caminó al
escritorio de Fernando Cordero y le susurró las malas noticias al oído. El voto
número 63 del oficialismo se encontraba ya de regreso a la provincia del Napo.
El golpe de gracia lo dio Sheznarda Fernández, que se fue poco antes de las
cinco de la tarde entre un alboroto de aplausos, gritos y carcajadas lanzadas a
mandíbula batiente por el bloque de oposición, que estallaba en auténtica
catarsis. La salida de Fernández fue el apoteósico final de la sesión. Enrique
Herrería le lanzó un beso volado digno de comedia; Fausto Cobo le abrió paso
con movimientos bufonescos que arrancaron vivas y otras exclamaciones de
algarabía de los suyos y luego fue a sentarse en su curul (el de ella). Allí,
ante la mirada incrédula de los oficialistas derrotados, se puso a parodiarla
cómicamente con el celular en la mano.
La farsa del debate sobre los derechos laborales no tenía razón de continuar.
Entre gritos de "y llora Corcho llora", Fernando Cordero dio por
concluida la sesión y se felicitó de tener a todos sesionando un día viernes.
"Ya encontré la fórmula –dijo- de hacerles trabajar". ¿Y cuál es?
Amenazarles con votar la Ley de comunicación de un momento a otro. ¿Quién se
atreve a faltar?
"Vamos a votar cuando tengamos los votos". La confesión final de Gina
Godoy es un premio consuelo que el oficialismo, a estas alturas del partido,
está cada vez más lejos de cobrar. Paco Velasco lo puso con más gracia:
"camarón que se duerme se lo lleva la ley de Comunicación". Todavía a
último momento, mientras caminaba hacia la puerta de salida, los periodistas
obtuvieron de él una perla para la historia: "esto -dijo- fue una
verdadera orgipiñata". Queda sentado.